El 19 de julio del año recién pasado, el
Instituto Chacabuco de Los Andes debió enfrentar, sin
lugar a dudas, una de las experiencias más dolorosas a
que puede verse expuesto un plantel educacional: la
partida de uno de los suyos. En este caso, de su máxima
autoridad: la del Hermano Tomás Acebes Fuerte. Aquel
lunes, concluía en el Centro de Espiritualidad Marista,
la Asamblea Vocacional de la Provincia Santa María de
Los Andes.
El tema: cómo revitalizar la vida en clave
vocacional de los Colegios. Cómo transformar la diaria
convivencia en una buena razón para incrementar y
profundizar las vocaciones al interior de la
Congregación en nuestros tres países.
La noticia de la partida vino a remecer el
espíritu de los ahí presentes, y su muerte, ocurrida en
dependencias del Hospital Clínico de la Universidad Católica,
vino a sellar el Encuentro a través de una oración, de una
plegaria comunitaria embargada de sentimientos. De gratitud por
el regalo de la existencia del Hno. Tomás, y de esperanzas
porque esa vida se convertía en tierra fértil para las
generaciones que vendrán a sembrar su propia semilla.
En Los Andes, las vacaciones de invierno
transcurrían entre el fuego cálido del hogar, el paseo
familiar necesario y la incertidumbre por el precario
estado de salud del Hermano Tomás. La noticia
rápidamente se fue diseminando a través de los valles
andinos. Uno a uno se fueron congregando alumnos,
profesores, apoderados para viajar a Santiago y rendir
el postrer homenaje a quien había abandonado sus lejanas
tierras de León en España, en 1951, para llegar a la
que, en definitiva, sería su propia patria.
Atrás quedaban los recuerdos de su sencilla
indumentaria, su amor por la naturaleza, su trato áspero pero
cercano, pero por sobre todo su anhelo de servir a niños y
jóvenes a través de su incesante construir, sin lugar a dudas,
su sello personal. Adelante, el recuerdo imperecedero de un
Hermano que fue fiel al compromiso vocacional de hacer de su
vida un servicio.